¡Yo quiero ser una misionera ya!

María Helena Frías Ruiz comparte cómo su encuentro con la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días cambió su vida, llenándola de bendiciones y milagros. Descubre su inspiradora historia de fe y perseverancia.

Foto de la despedida en el aeropuerto con mi familia para salir al MTC de Preston el 7 de febrero de 2001.
Foto de la despedida en el aeropuerto con mi familia para salir al MTC de Preston el 7 de febrero de 2001.

Me llamo María Helena Frías Ruiz y tuve mi primer contacto con las misioneras de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en Lleida en 1994, a la edad de 16 años.

Me llamo María Helena Frías Ruiz y tuve mi primer contacto con las misioneras de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en Lleida en 1994, a la edad de 16 años.

La Hermana Rodríguez y la Hermana Dougall me introdujeron al Evangelio. Fue la primera vez que escuché hablar de una iglesia diferente a la Iglesia Católica. A pesar de no entender aún todas las doctrinas, me fascinaba la obra misional y, en algunas ocasiones, las acompañaba a tocar puertas. Unos meses después, me invitaron a bautizarme, pero mis padres se negaron a firmar el permiso y se enfadaron muchísimo. Yo pertenecía a un grupo de jóvenes en la parroquia a la que asistía, quienes tampoco entendían mi decisión de cambiar de fe. Finalmente, y a pesar de la oposición de mis familiares y algunos amigos, me bauticé en septiembre de 1999 en la Rama de Zaragoza 1.

En aquel momento, estaba estudiando en la universidad. Mi bautismo significó muchas cosas, una de las más importantes para mí era la posibilidad de salir a una misión. Decidí acabar la carrera y enviar los papeles, pero el Padre tenía otros planes. Un sábado viajé al Templo para hacer bautismos y, observando el edificio que albergaba el Centro de Capacitación Misional de Madrid, sentí que quizás debía salir a la misión sin esperar a terminar la universidad. Al día siguiente, en una visita de mis maestros orientadores, el Hermano Flores me habló de su hija, quien interrumpió sus estudios para salir a la misión. En ese momento, sentí que tenía que marcharme en cuanto fuese posible. Esa tarde, me arrodillé y le pedí al Padre la fuerza necesaria para comunicar la decisión a mi familia; el espíritu tocó su corazón y no me pusieron impedimentos.

El pago de mi misión fue otro milagro. Mi querida abuela Menchu, fallecida dos semanas antes de mi bautismo, había abierto una cuenta bancaria a mi nombre cuando yo era pequeña, sin comunicárselo a nadie de la familia. Tras su muerte, mi madre encontró la cartilla. Contenía el dinero justo para pagar mis 18 meses de misión, que entregué a mi presidente de Rama antes de partir. En septiembre de 2000 envié los papeles, que había estado preparando, esperando cumplir un año en la Iglesia. En octubre recibí mi llamamiento a la Misión Escocia Edimburgo.

En enero de 2001 salí y, por motivos de salud, tuve que regresar a casa unos meses y me transfirieron a la Misión España Málaga, terminando mi servicio en mayo de 2003.

Las experiencias espirituales que viví en la misión me han acompañado durante toda mi vida. Jamás había sentido al Salvador y a mi Padre Celestial tan cerca, ni había discernido el Espíritu Santo con tanta claridad. Conocí lugares y personas maravillosas. Hubo días fantásticos y otros difíciles, pero jamás me arrepentí de mi decisión de servir. Amo la obra misional y mi tiempo como misionera ha bendecido el resto de mi vida.