Durante mi intercambio en la Universidad de Zaragoza, lejos de mi hogar y mi familia, descubrí un lugar que me devolvió la paz y la seguridad: el Templo de Madrid. En marzo pasado, la Estaca de Lleida organizó un viaje para los jóvenes adultos y estudiantes de Instituto, y fue una oportunidad que no dudé en aprovechar.

Al llegar, sentí el alivio de estar en un lugar consagrado, rodeada de manos amorosas y sonrisas cálidas. La generosidad y el servicio de quienes dedican su tiempo al templo llenaron mi corazón de gratitud. Su entrega convierte este espacio en un faro de esperanza para quienes lo buscan.
Sé que el Templo es la casa del Señor y que Él está presente en cada ordenanza, oración y súplica. Nuestro Padre Celestial nos ama, conoce nuestras aflicciones y desea ayudarnos. Testifico que asistir al Templo no solo nos acerca a Él, sino que también nos brinda consuelo y renueva nuestra esperanza.