Mi encuentro con Antonio Llorente Illera fue en la Casa de Campo de Madrid y en las pistas de la Ciudad Universitaria, donde ambos solíamos correr. Ambos éramos fondistas y rápidamente hicimos una buena amistad. Antonio, uno de los primeros conversos españoles, me habló de su fe y me dio su número de teléfono, el cual guardé cuidadosamente en mi billetera.
A finales de la primavera y comienzos del verano de 1968, sentí la necesidad de contactar a mi amigo para conversar sobre su religión. Antonio respondió a mi llamada y acordamos vernos el sábado siguiente en el Parque del Retiro. Fue un día precioso, soleado y con una brisa suave. En esa ocasión, Antonio me testificó sobre la Primera Visión. En ese momento, supe que lo que decía era cierto y le dije: '¡Llévame a tu iglesia! Lo que me has contado tiene sentido.'
La Iglesia se reunía en un colegio privado en la Calle Jorge Manrique, adaptado para las reuniones. Allí, un pequeño grupo de santos fieles adoraba y lo que sentí entre esas personas fue inmenso. Lo que había hablado con Antonio el sábado anterior se confirmó para mí.
En octubre del siguiente año, partí hacia Barcelona como misionero de tiempo completo junto a siete jóvenes. Junto con Madrid y Sevilla, fueron las primeras ciudades que recibieron la Palabra. Comenzaron a ocurrir milagros y conversiones.
Mi querido amigo Antonio, un ciclista apasionado, falleció hace algunos años trágicamente en su bicicleta. Gracias al Plan de Salvación, sé que nos reuniremos cuando cruce el velo y podremos charlar sobre muchas cosas y continuar creciendo en este grandioso Evangelio de Jesucristo.