Cuando decidí servir en una misión de tiempo completo, lo hice con el deseo sincero de convertirme en un discípulo de Cristo. Imaginaba desafíos, pero la realidad ha sido más exigente de lo que esperaba. Sin embargo, cada día me acerco más a Él, y eso ha hecho que cada sacrificio valga la pena. Una escritura que me ha consolado profundamente está en Mateo 19:29: “Y todo el que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o esposa, o hijos o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna.”
Durante los meses previos a salir al campo misional, me esforcé por vivir el Evangelio con mayor intención: asistía al templo, servía como obrero, ayudaba a amigos dentro y fuera de la Iglesia, y mantenía contacto con mi familia. Esa perseverancia me preparó para una experiencia que marcaría mi corazón.

En una llamada con mi hermana de doce años, descubrí que había comenzado a tomar café. Aunque parece una decisión menor, yo sabía, por experiencia propia, que los pequeños desvíos pueden alejarnos de Cristo. Le hablé con amor, y ella comprendió. Al terminar la llamada, sentí el Espíritu tan intensamente que rompí en llanto. Fue un momento de revelación: entendí que, si no hubiera venido a la misión, no habría tenido la claridad para ver mis errores ni la oportunidad de rectificar.
Ocho meses después, mi hermana ora cada día, enseña principios del Evangelio, y juntos oramos como familia. Este cambio me ha mostrado que el discipulado no solo transforma al misionero, sino también a quienes lo rodean.

He aprendido a reconocer la influencia del Espíritu, a valorar el esfuerzo de mis padres y a organizar mi vida con propósito. He dejado de usar las redes sociales como distracción, y ahora las empleo para fortalecer los lazos familiares. Mis días de preparación están llenos de metas y actividades edificantes.
Al terminar mi misión en septiembre de 2026, volveré a servir en el templo, trabajaré, ahorraré y visitaré a mi familia en Argentina. Mi meta es ser docente en matemáticas o deportes, y criar una familia centrada en el Evangelio. Aunque soy el único miembro en mi hogar, el ejemplo de Enós me ha enseñado que el amor y la fe pueden guiarme como padre.

A los jóvenes les digo: servir una misión no es solo cumplir una expectativa, es recibir un testimonio personal. Si aún no lo tienen, lo encontrarán; si ya lo tienen, lo fortalecerán. He visto el amor de muchos jóvenes en FSY y en el templo, y sé que el Señor también lo ha visto.
En Josué 1:9, nuestro Padre Celestial nos manda a que nos esforcemos y seamos valientes, que no desmayemos, porque Él está con nosotros dondequiera que vayamos. Yo testifico que esta promesa se cumple, y que nuestro Padre está con ustedes también. No estamos solos. Jesucristo dio Su vida por nosotros. Sigamos Su ejemplo y aprendamos a ser como Él.