Cada día presentaba retos, pero también oportunidades para fortalecer mi relación con Dios y aprender el verdadero significado del servicio. Lo más valioso de esos años no fue solo lo que enseñé, sino lo que aprendí: empatía, compasión y la capacidad de pensar más en los demás que en mí misma. Ver a las personas aceptar el Evangelio de Jesucristo y comenzar su propio camino de conversión me llenó de gratitud y propósito.
Han pasado más de tres décadas desde que terminé mi misión, pero su impacto sigue siendo parte esencial de mi vida. Los principios que adquirí en esos años los he aplicado en mi carrera y en mis relaciones personales. Aprendí a coordinar mejor, a colaborar y a apoyar el trabajo de los demás, herramientas que me ayudaron a coronar mis estudios de filología hispánica en la Universidad de Barcelona.
A los jóvenes que consideran servir una misión, les diría que se atrevan. Es una oportunidad única para acercarse al Padre Celestial, aprender a confiar en Él y, lo más importante, descubrir su verdadero propósito. Este servicio no solo transformará su vida espiritual, sino también la manera en que interactúan con el mundo.