El pasado 30 de octubre se cumplieron nueve años desde que Enrique Alfonso Segarra fue llamado como presidente de la Estaca de Cartagena. A punto de ser relevado, él y su esposa, Cristina Mateo, comparten una mirada íntima sobre lo que este llamamiento ha significado en sus vidas, en su familia y en su relación con Dios. A través de una conversación sincera, ambos revelan aprendizajes, desafíos y gratitudes que han marcado esta etapa de servicio.
Un llamamiento que transforma
Aunque no descartaba la posibilidad de ser llamado como presidente de estaca, Enrique siempre tuvo claro que había hermanos con madurez espiritual, capacidades y una entrega sincera al prójimo que bien podrían ejercer ese sagrado llamamiento. No obstante, el Señor tenía sus planes y así comenzó una travesía que transformó su vida profundamente.
Durante estos nueve años, aprendió a desarrollar una empatía sincera, a escuchar con el corazón, a ponerse en el lugar de quienes atravesaban tribulaciones, a recibir la influencia del Espíritu y a pronunciar las palabras adecuadas para consolar y ministrar.
—Este ha sido uno de los cambios más grandes que se han operado en mí —afirma el presidente Segarra.
Cristina, testigo cercana de ese proceso, describe esta etapa como “bonita, a veces muy dolorosa, difícil y fácil a la vez, enternecedora y gloriosa”. Para ella, ha sido una experiencia espiritual en la que, cuanto más arduo ha sido el camino, más valiosos han sido los frutos y más enriquecedora la lección aprendida.
Cargas compartidas y consuelo silencioso
Cristina recuerda los momentos en que su esposo atravesaba situaciones difíciles. Aunque él no lo expresaba con palabras, ella lo sentía profundamente. “Lo único que podía hacer era, sin preguntar, intentar acercarme para que fuera lo más fácil para él.” Esa compañía discreta, esa presencia silenciosa, fue su forma de ministrar: estar cerca sin invadir, sostener sin exigir.
Enrique, por su parte, vivió con dolor el alejamiento de seres queridos del Evangelio y el descuido espiritual de otros que, al tomar decisiones peligrosas, enfrentaron consecuencias dolorosas. Pese a los desafíos, aprendió a luchar por mantener viva la ilusión espiritual, evitando caer en la rutina del servicio. También fue testigo de milagros: hermanos que, tras caer, sintieron el deseo de acercarse a Cristo y poner sus vidas en orden.
El amor que sostiene
Para Cristina, uno de los aspectos más hermosos de esta etapa ha sido el amor sincero de los miembros de la estaca. En momentos de enfermedad, saber que estaban allí, orando por su esposo, fue profundamente conmovedor. Ese cariño, manifestado en gestos sencillos pero poderosos, ha sido un bálsamo en los días difíciles.
Ambos coinciden en que el Evangelio y el llamamiento les han dado una perspectiva más amplia, ayudándoles a encontrar paz en medio de los desafíos. Han aprendido que, por encima de todo, la clave está en el amor: amar en medio de la incertidumbre, amar cuando las decisiones son difíciles, amar incluso cuando no se tienen todas las respuestas.
El próximo 30 de noviembre, el presidente Segarra será relevado. Su deseo es que la nueva presidencia pueda sentir el mismo apoyo y cariño que ellos han recibido, pues el Señor deposita una gran responsabilidad en sus siervos.
—Una de las primeras cosas que hay que aprender —afirma Enrique— es tener paciencia consigo mismo y confiar plenamente en el Señor.
Cristina, dirigiéndose a la esposa del próximo presidente, comparte un consejo lleno de sabiduría: desarrollar paciencia. “Habrá momentos de silencio y otros de diálogo, y ambos espacios son necesarios. Si bien es cierto que ellos son los que tienen el llamamiento, también es cierto que son esposos y padres.”
El corazón dispuesto
Después de tantos años de servicio, el presidente Segarra se prepara para una nueva etapa. Sin embargo, ya se ha puesto a disposición de su obispo para continuar en las asignaciones o responsabilidades que se le designen. Lo que más anhela es seguir trabajando en la obra del Señor, porque —como él mismo expresa— lo importante no es el llamamiento, sino la oportunidad de servir donde sea.