Cuando se me ordenó como Patriarca, además de no anticipar una responsabilidad de tal magnitud, experimenté un profundo sentimiento de falta de preparación e ineptitudes que, de manera hábil, el presidente de Estaca logró disipar. Me tomé mi tiempo antes de considerarme listo para comenzar.
Jamás imaginé cuánto llegaría a valorar y disfrutar esta responsabilidad, ni la relación que llegaría a entablar con mi presidente de Estaca. Anhelaba la llegada de las entrevistas semestrales con él, durante las cuales fui capacitado, tanto espiritualmente como en la forma profética de impartir bendiciones, además de aprender otros aspectos específicos.
Al recibir a las personas que venían a obtener su bendición patriarcal, aprendí a discernir quiénes venían preparadas y quiénes no; sin embargo, esto no era lo más importante. Lo realmente relevante era el sentimiento de amor que desarrollaba hacia cada una de ellas, independientemente de su preparación. Ese sentimiento aún se manifiesta en mí cuando vuelvo a verlas, incluso años después.

Una parte fundamental de esta vivencia de diez años ha sido el aprendizaje, no solo de las Escrituras, sino también de las personas. Aún, después de todo este tiempo, continúo reflexionando sobre situaciones y experiencias que marcaron mi servicio. Por ejemplo: una persona que extravió su bendición patriarcal, otra que nunca llegó a leerla y la perdió, así como aquellas que la leyeron, pero únicamente lo que estaba escrito, sin profundizar más allá. Estas y otras situaciones invitan a análisis específicos.
En el manual “Leales a la fe” leemos: “Tu bendición patriarcal es sagrada y personal. Puedes compartirla con los miembros más cercanos de tu familia, pero no debes leerla en voz alta en público, ni permitir que otras personas la lean o la interpreten; ni siquiera el patriarca, ni el obispo, ni el presidente de rama deben interpretarla”.
Esta declaración coloca la responsabilidad de la interpretación de la bendición patriarcal sobre la persona que la recibe. Tal interpretación debe buscarse bajo el mismo Espíritu con el que fue impartida.

Hace un tiempo, un joven me preguntó cómo se cumpliría su bendición y si eso era posible. Con el tiempo, entendí que esa misma inquietud la tienen muchas personas, especialmente aquellas que esperan que las bendiciones lleguen sin esfuerzo, como si cayeran del cielo o se cumplieran únicamente en la vida venidera. Si bien es cierto que las bendiciones patriarcales tienen un ámbito eterno, eso no es suficiente.
Una de mis recomendaciones cuando hablaba con los candidatos a recibir esta bendición era leerla con asiduidad y frecuencia, además de aprender a 'leer entre líneas', es decir, interpretar lo que no está explícitamente escrito. Con el paso del tiempo, el texto de la bendición patriarcal se mantiene inalterable, pero nosotros no: progresamos espiritualmente y enfrentamos diversas situaciones. Por tanto, el texto sigue siendo el mismo, pero su valor e importancia como guía para nuestra vida se renueva constantemente.

Es importante destacar que las promesas contenidas en la bendición patriarcal se cumplirán en la medida de nuestra fidelidad y obediencia a los mandamientos y enseñanzas del Evangelio (DyC 82:10).
El amor de nuestro Padre Celestial hacia nosotros es incuestionable. Él nos concedió el albedrío moral desde el principio (Moisés 3:17), lo que significa que debemos hacer nuestra parte, pues la bendición patriarcal es una guía para nuestra vida, no el guión inamovible de nuestro destino. Contamos con el poder de cambiar según las decisiones que tomemos, y siempre tendremos la oportunidad de elegir correctamente en nuestra próxima decisión. Permitamos que el Espíritu Santo nos inspire y nos transmita la interpretación adecuada de nuestra bendición patriarcal para lograr ese cambio.
Finalmente, no olvidemos el convenio abrahámico. Es esencial conocerlo y estudiarlo, no solo por su interés histórico, sino por su relevancia espiritual. A continuación, comparto algunas citas que pueden ser de gran ayuda: Abraham 1:2–4, 18–19; 2:6, 8, 11; Génesis 17:1–9; 22:1, 17–18; Doctrina y Convenios 132:29–32, 46; Gálatas 3:14; Efesios 3:6; y 1 Nefi 1:18.
