Este septiembre hará veinticinco años que Jenny y yo nos casamos en Australia. Nos habíamos conocido dos años antes en un viaje de trabajo a Chicago y, solo dos días después de conocerla, me surgió este pensamiento en la cabeza:“¡Vas a casarte con esta chica!”. Aquella chispa de inspiración me llevó a viajar de Londres a Australia para salir con Jenny en una cita y luego para llevarla a la Iglesia. Jenny fue bautizada cuatro meses después y se mudó a Londres para que pudiéramos seguir saliendo. Menos de un año después, nos comprometimos en Italia. Nos casamos en Sídney y luego nos sellamos en el Templo de Londres, y posteriormente hemos sido padres de nuestros cuatro maravillosos hijos. ¡Fue un romance vertiginoso!
Ahora que celebramos nuestro vigésimo quinto aniversario de boda, miro atrás y me asombro de la rapidez con la que me enamoré y de lo simple que era la idea que tenía del amor. Los últimos veinticinco años me han enseñado que el amor es mucho más que ese sentimiento inicial de “enamorarse”, y que tiene más que ver con el servicio y el trabajo en equipo, con dos amigos que se ayudan mutuamente en su trayecto hasta convertirse en lo que Dios tenía la intención que fueran. En nuestro matrimonio hemos tenido un buen número de altibajos, con lágrimas y angustia, y también con alegría y felicidad. Todo eso forma parte del plan. Y aunque nuestra historia tal vez comenzara con “amor a primera vista”, ha crecido hasta convertirse en un tipo de amor totalmente distinto. El amor, el sentimiento, va y viene inevitablemente, pero amar, el verbo, sostiene y refuerza un matrimonio y puede crear la relación más preciada.
En ello veo muchos paralelismos con nuestra conversión espiritual y el proceso de convertirnos en discípulos de Jesucristo. Todos somos bendecidos con la luz de Cristo en nuestro interior1, y cada uno de nosotros vive experiencias singulares con rayos de luz que nos ayudan a edificar un testimonio de Dios y de Su Hijo Jesucristo2. Pero esas experiencias espirituales no constituyen forzosamente la conversión ni nos aportan una fe inquebrantable. Todos vivimos momentos en los que no nos sentimos cerca de Dios, quizás en los que las pruebas o las dudas nos hacen tambalearnos. Alma, el sumo sacerdote, lo señala con esta inspirada pregunta: “Y ahora os digo, hermanos míos, si habéis experimentado un cambio en el corazón, y si habéis sentido el deseo de cantar la canción del amor que redime, quisiera preguntaros: ¿Podéis sentir esto ahora?”3.
Al igual que el amor en el matrimonio, nuestra fe en Jesucristo requiere alimento constante, agua y luz del sol cada día, tal como se explica en Alma 324. Para la mayoría de nosotros, la conversión llega “línea por línea, precepto por precepto, un poco aquí y un poco allí”5. El proceso de llegar a ser discípulo de Jesucristo es una tarea de por vida, que puede brindarnos gozo.
Nuestro gozo en el Evangelio de Jesucristo proviene del progreso en la senda de los convenios, y a medida que progresamos, vamos desarrollando una relación estrecha y personal con nuestro Padre Celestial. “Allegaos a mí, y yo me allegaré a vosotros”6. Conforme nos esforzamos por allegarnos a Él, sentimos Su amor con mayor abundancia en nuestra vida y aprendemos a amarlo más plenamente; empezamos a cumplir la medida de nuestra creación, a alcanzar nuestro potencial divino y a experimentar paz en el corazón.
Por lo tanto, después de veinticinco años de matrimonio y cincuenta años de asistencia a la Iglesia, me estoy dando cuenta de que la esencia de una vida feliz tiene que ver totalmente con las relaciones: la que tengo con mi Padre Celestial y la que tengo con mi esposa. Y veo que hay paralelismos entre cómo empiezan esas relaciones y cómo se desarrollan a lo largo del tiempo. Estoy muy agradecido porque tanto mi Padre Celestial como mi esposa son tan clementes y pacientes, porque me apoyan en mis débiles esfuerzos y porque ambos me muestran muchísimo amor. Conforme centro mi tiempo, mis talentos y mi energía en estas dos relaciones por convenio, todo lo demás parece encajar. Y cuando me esfuerzo solamente en una de esas relaciones, eso parece ayudarme con la otra.
La senda hacia la conversión, al igual que el matrimonio, quizás empiece con una chispa de inspiración, pero florecerá hasta convertirse en una relación por convenio con Dios, en la que se nos colmará con Su amor.
En el nombre de Jesucristo. Amén.
- Moroni 7:16; Juan 1:9.
- Élder Alexander Dushku, “Columnas y rayos”, Conferencia General de abril de 2024.
- Alma 5:26.
- Alma 32:37–42.
- 2 Nefi 28:30; D. y C. 98:12.
- D. y C. 88:63.