Como cada domingo, mi esposo Jorge y yo salimos hacia el centro de reuniones, prestos a santificar el día de reposo e impartir el curso “Investidos de lo alto” para nuestros hermanos en preparación para recibir sus investiduras y ser sellados por tiempo y eternidad en el santo templo.
El domingo 5 de noviembre de 2023, casi al terminar la clase, Jorge habló de la Santa Cena con un Espíritu tan grande que la clase entera se estremeció, pero empezó a sentirse mal, al punto que perdió el conocimiento y tuvo que ser trasladado al hospital, donde me informaron que había sufrido un ictus hemorrágico masivo y que las esperanzas de vida eran mínimas.
Durante los días que estuvo en la UCI, mi esposo no abrió los ojos ni habló. Yo tomaba sus manos y le hablaba, y él apretaba la mía. Aunque los médicos decían que esos eran impulsos involuntarios, en mi fuero interno yo entendía que esa era su manera de despedirse. No me enfadé con el Señor; por el contrario, sentí paz. El Espíritu me susurraba: “Piensa de manera celestial.” Mi esposo finalmente cruzó el velo el domingo 12 de noviembre de 2023, rodeado de su familia.
El funeral tuvo lugar el lunes 13. Seleccioné sus himnos favoritos y las personas más cercanas compartieron mensajes amorosos. Se sintió un espíritu muy especial, que tocó incluso a aquellos asistentes no miembros de la Iglesia, dejándoles una profunda impresión de la fe que nos sostiene.
Volver a la capilla sin mi esposo fue duro; me sentí sola, pero salí fortalecida. Tuve la certeza de que el Señor me revelaba que mi esposo había sido llamado a predicar el Evangelio al otro lado del velo, preparando a nuestros hermanos para Su segunda venida. Se fue de este mundo en el mejor lugar: en la Iglesia, ayunando, enseñando el Evangelio. Fue probado y partió en armonía con Dios —pensé.
Su ausencia no ha sido fácil. Todo lo hacíamos juntos. No obstante, he descubierto que el poder restaurador de la Expiación de Jesucristo no solo nos limpia de los pecados, sino que también fortalece nuestras almas en momentos de dolor. Aunque la tristeza no se ha ido del todo, mi paz permanece. Esa paz que me hace perseverar.
No me gusta el sustantivo “viuda”, pues gracias al poder del Sacerdocio estoy sellada a él por tiempo y eternidad, con la única diferencia de que ahora él está en el otro lado del velo, pero sigue siendo mi esposo.
Testifico que debemos aceptar los tiempos del Señor, aceptar Su voluntad, pero, sobre todo, debemos pensar de manera celestial.