Siempre me conmueve el relato del Libro de Mormón sobre la aparición del Salvador a las personas de las Américas, después de Su resurrección en el hemisferio oriental. Les enseñó la importancia de la Expiación en el plan de Dios, las bendiciones por guardar los mandamientos y la importancia de los convenios y las ordenanzas. Los ministró espiritualmente, uno por uno (1).
El Señor solo permaneció con ellos varios días, pero la influencia de su visita se mantuvo durante más de dos siglos. “[Y] no había contenciones ni disputas entre ellos, y obraban rectamente unos con otros. “Y tenían en común todas las cosas; por tanto, no había ricos ni pobres, esclavos ni libres, sino que todos fueron hechos libres, y participantes del don celestial. “… y ciertamente no podía haber un pueblo más dichoso entre todos los que habían sido creados por la mano de Dios. “No había ladrones, ni asesinos, ni lamanitas, ni ninguna especie de -itas, sino que eran uno, hijos de Cristo y herederos del reino de Dios. “¡Y cuán bendecidos fueron! Porque el Señor los bendijo en todas sus obras”(2).
¿Qué pudo haber causado este cambio y haber tenido efectos tan duraderos? La respuesta es sencilla y, sin embargo, es profunda. Las enseñanzas del Señor y Su evangelio penetraron en su corazón, se despojaron del hombre natural y se convirtieron en discípulos de Jesucristo. Tenían el nombre del Señor escrito en sus corazones(3) y obtuvieron el espíritu de un pueblo de Sion, como en los días de Enoc.
Por desgracia, vivimos en un mundo que valora sobremanera el individualismo, en el cual ser contenciosos y dogmáticos se consideran expresiones de brillantez y dinamismo. Incluso como miembros de la Iglesia no siempre somos inmunes a estas tendencias. La pandemia, en particular, ha planteado retos especiales a nuestros barrios y familias. En algunos casos, hemos comenzado a definirnos según nuestras diferencias, del mismo modo igual que las personas del Libro de Mormón, y hemos creado nuestros propios -itas. El evangelio de Jesucristo y el espíritu de Sion nos ayudan a pasar por alto estas diferencias.
“Sion es Sion debido al carácter, a los atributos y a la fidelidad de sus habitantes. Recuerden que ‘el Señor llamó Sion a su pueblo, porque eran uno en corazón y voluntad, y vivían en rectitud; y no había pobres entre ellos’(Moisés 7:18)”(4). “Si queremos establecer Sion en nuestros hogares, ramas, barrios y estacas, debemos estar a la altura de esa norma […]. No podemos esperar hasta que venga Sion para que sucedan esas cosas; Sion vendrá solo cuando las hagamos”(5).
Entonces, ¿qué significa esto para mí en términos prácticos? ¿Por dónde puedo empezar si deseo pasar por alto las diferencias y promover la unidad?
En 1872, el profeta Brigham Young les proporcionó a los santos un recordatorio importante, que probablemente sea más relevante en la actualidad que nunca antes. Dijo lo siguiente: “¡Deténganse! ¡Esperen! Cuando se levanten en la mañana y antes de llevarse a la boca ningún alimento […], inclínense ante el Señor, pídanle que les perdone los pecados, que los proteja durante el día, que los libre de toda tentación y de todo mal, y que guíe correctamente sus pasos para que puedan hacer algo ese día que resulte en beneficio para el Reino de Dios en la tierra. ¿Tienen tiempo para eso?” (6).
El cambio positivo comienza con cada uno de nosotros y con nuestro deseo de contribuir de forma individual, de tener un solo corazón y una sola mente, de vivir en rectitud y de cuidar deliberadamente de los pobres y necesitados. Lo principal es convertir al Señor en nuestro aliado en todo esto, apoyándonos en la fe, la esperanza y la caridad. “Sion se establece y florece por la vida y las labores de sus habitantes, inspiradas por Dios. Sion no viene como un obsequio, sino porque la gente virtuosa que ha hecho convenios se une para establecerla”(7).
1. - 3 Nefi 11 y siguientes
2. - 4 Nefi 1:2, 3, 16–18
3. - Mosíah 5:12
4. - Moisés 7:18
5. - D. Todd Christofferson, A Sion venid, Conferencia General de octubre de 2008
6 - Keith B. McMullin, ¡A Sion venid, pues, prestos!, Conferencia General de octubre de 2002
7 - Keith B. McMullin, ¡A Sion venid, pues, prestos!, Conferencia General de octubre de 2002