Servir en una misión fue el sueño de mi vida. Aunque es voluntario, sabía que mi vida no sería la misma si no tomaba esta oportunidad. No tenía una expectativa sobre la misión, salvo amar mucho, trabajar duro y vivir para servir. El inicio fue difícil, pero el Padre, cuando se lo permitimos, nos sorprende mostrándonos que, a pesar de nuestra limitada perspectiva e imperfecciones, puede transformarnos.
Crecí en la Iglesia y gracias a la misión tuve un proceso de conversión personal. Vivo el Evangelio con más detenimiento, me preparo y busco activamente experiencias espirituales para ser una discípula de Cristo. En Mosíah 27:25-26 se lee: '… ser cambiados de su estado carnal y caído, a un estado de rectitud, siendo redimidos por Dios, convirtiéndose en sus hijos e hijas”; “y así llegan a ser nuevas criaturas”; yo he sido cambiada. Una vida confusa puede transformarse con perseverancia y voluntad; alinearla al Evangelio; recibir y seguir las sutiles impresiones del Espíritu; servir y ministrar; sentir gratitud por las creaciones de Dios. Durante mi misión, que finaliza el 18 de diciembre, he visto cómo la expiación de Cristo ilumina el camino de regreso, construye corazones rotos y eleva el alma desanimada.
Estoy disconforme con los que afirman que los misioneros vivimos en una burbuja y nos es más fácil obedecer. Vivimos en un mundo real gobernado y dirigido por Jesucristo, recibiendo las impresiones del Espíritu y la revelación continua; confiando valientemente en nuestro Salvador mientras desarrollamos nuestra vida cotidiana. Nos investimos con poder y autoridad de lo alto a través de recursos sagrados como las Escrituras, el templo, actividades que nos edifican, los profetas, etc. Por amor, seguimos a Jesucristo, guardamos normas, somos responsables llevamos una agenda de citas diarias, lidiamos con diferentes personas y sus caracteres, con el rechazo, la convivencia. Todo esto nos prepara para desarrollar los atributos de Jesucristo, siendo perseverantes, comprendiendo que todo es parte de un plan perfecto para nuestro progreso eterno.
Al terminar mi misión, enfrentaré desafíos, pero sé, y agradezco, que la luz y esperanza que recibimos al centrarnos en Jesucristo me ayudarán a salir avante. Trabajaré y estudiaré una carrera en el área de la sanidad, constituiré una familia. Anhelo con todo mi corazón ser madre.
Los jóvenes somos una luz al mundo. El adversario nos incita a no vivir los 18 o 24 mejores meses de nuestras vidas repletos de experiencias, y sobre todo de la bendición apostólica de ser un representante y portador del Evangelio restaurado de Jesucristo. Sean fuertes y valientes, Dios los ama, nos ha dado a su hijo y en Él encontramos fuerza y aliento, ánimo y esperanza. Si hacen de Jesucristo una prioridad en sus vidas serán más felices, ampliarán su perspectiva y vislumbrarán el brillante futuro que les aguarda. El amor, la caridad, la esperanza nos califican para servir.