Al mirar en retrospectiva hacia mi bautismo en el año 2008, mi corazón rebosa de gratitud por el camino que el Señor diseñó para mí. Mi testimonio del Evangelio de Jesucristo es ahora firme, pero su semilla se plantó mucho antes.
En mi adolescencia, al pasar frecuentemente por una capilla cercana a mi casa, sentía una curiosidad y un deseo profundos de entrar. Esa inquietud permaneció en mi corazón con el paso de los años, esperando el momento preciso.Ese momento llegó en una de mis horas más oscuras. Tras un accidente que sufrió uno de mis hijos, me encontraba desconsolado. Regresaba a casa en mi bicicleta, abrumado por la preocupación, cuando escuché con claridad una voz que me dijo: “Gira a la derecha”. Aunque significaba desviarme de mi ruta, sentí que debía obedecer. Al llegar a la siguiente esquina, la voz repitió: “Gira a la izquierda”. Me detuve, confundido, preguntándome el origen de aquella impresión. Al levantar la mirada, la respuesta estaba frente a mí: dos misioneros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Los llamé y, con un corazón necesitado, les pedí: “Por favor, llévenme a su Iglesia”.
Comencé a asistir cada domingo, hallando una paz que nunca había conocido. El momento decisivo llegó en una reunión de ayuno y testimonio. Los mismos misioneros que encontré relataron cómo, durante una oración, ambos recibieron la misma impresión: debían adelantar una cita de las 6:00 p. m. a las 3:00 p. m. Tras seguir esa guía, llegaron a la casa y, al no encontrar a nadie, se preguntaron por qué el Espíritu los había dirigido hasta allí. Fue en ese instante preciso cuando me encontraron a mí, pidiendo que me llevaran a la iglesia.
Al escuchar su relato, supe sin ninguna duda que Dios había escuchado mi desesperación y me había guiado hacia Sus siervos. Tomé la decisión de bautizarme y nunca me he arrepentido. Mi vida cambió para bien; encontré respuestas, mi fe creció a través de las enseñanzas, las conferencias y los sagrados convenios que comencé a cumplir.
Hoy, la felicidad que siento es indescriptible. Soy un sumo sacerdote, estoy sellado a la mujer que amo cada día más y he tenido el sagrado privilegio de realizar la obra vicaria para la totalidad de mis ancestros hasta la cuarta generación. Testifico que Jesucristo vive. Creo en Su Evangelio restaurado y en nuestro Padre Celestial. Mi mayor anhelo es disfrutar de la eternidad junto a mi familia.