Un fin de semana, a los 16 años viviendo en Sabadell con mis padres y mi abuela, mis padres salieron y estábamos mi hermana, de seis años, con mi abuela paterna. Cuando nos fuimos a dormir, mi abuela entró a nuestra habitación con unos folios escritos a máquina. Dijo que eran unos versos de mi tatarabuelo que había dictado a un amigo porque él era analfabeto. Me pidió que los leyera, que relataban anécdotas familiares, indicando nombres y fechas. A medida que yo los leía, ella explicaba las historias que iba recordando. Me pidió que guardara las hojas aduciendo que ella sabía que yo lo haría.
Mientras reflexionaba sobre nuestra conversación, el cuarto se inundó de un fuerte espíritu de amor, y supe que todos estaban conmigo; sentí su amor y mi amor hacia ellos y prometí que siempre atesoraría esos escritos. Lloré de felicidad hasta quedar dormida. Este sentimiento de amor nunca lo he vuelto a sentir. No comenté esta experiencia con nadie, ni volvimos a hablar de los escritos.
Ocho años después, mi esposo y yo nos bautizamos y desde el principio me interesé en la genealogía. En 1979 fuimos al Templo de Zollikofen/Suiza y efectuamos las ordenanzas por nuestros antepasados. Fui al pueblo natal de mis abuelas en Santomera, Murcia, para buscar registros y trabajar en mi genealogía. El sacristán, me permitía ir por las tardes a su casa a ver los libros parroquiales donde encontré información, pero faltaba un libro. El sacristán lo había prestado y lo habían perdido, me embargó la tristeza al no encontrar a esos familiares. Meses después recordé las páginas de mi abuela, y con gran sorpresa comprobé que las fechas y nombres que necesitaba, que estaban en el libro que se había perdido, estaban en los versos de mi tatarabuelo. Nuestro Padre Celestial, que conoce nuestras necesidades, inspiró a mi tatarabuelo, Rafael Campillo Zapata, a dictar esos escritos y a mi abuela, Dolores Campillo, a ponerlos en mis manos para ser usados en el momento adecuado.
Me emociona recordar el sentimiento de amor que sentí a los 16 años, cuando no conocía el Plan de Salvación, pero supe que la vida continúa después de la muerte. Mi abuela murió en 1975, pero la sentía presente. Cuando realicé la obra vicaria, ese sentimiento desapareció, aunque a veces recuerdo a mis familiares con cariño. Desde que somos miembros de la Iglesia, hemos sentido la guía del Señor para encontrar a nuestros familiares, incluso en los lugares más inesperados. Trabajo en mi historia familiar y ayudo a otros a hacer la suya, sabiendo que los que han pasado el velo nos necesitan para continuar progresando.
Mi esposo, Vicenç Lacambra Lafuente, falleció en 2022. El sentimiento que sentí a los 16 años me consuela y refuerza mi certeza de que la vida sigue y que los que se han ido están en un lugar de amor y felicidad. Ahora debo continuar con la historia familiar de los dos, sabiendo que él también está trabajando en la obra que empezamos aquí.