Serví como misionera de tiempo completo en la Misión Manchester, Inglaterra, durante los años 2024 y 2025, un periodo que cambió mi vida para siempre. Estuve asignada en áreas muy diversas, compartiendo con personas de distintas culturas y con compañeras provenientes de diferentes partes del mundo.
Decidí servir en la misión por amor al Salvador y a Dios. Sentía, en lo más profundo de mi corazón, que eso era lo que el Señor deseaba de mí en ese momento. Había experimentado personalmente el poder del Evangelio en mi vida, y sabía que muchas personas necesitaban sentir esa luz. Quería ayudarles a acercarse a Él.
En muchos aspectos, la misión superó todas mis expectativas. Por las experiencias de mis hermanas mayores, sabía que sería un tiempo de espiritualidad constante, felicidad, desafíos y milagros. También hubo días fríos y lluviosos, momentos de rechazo, cansancio y de sentirme pequeña frente a una obra tan grande. Sin embargo, fue precisamente en esos momentos difíciles cuando más sentí al Señor a mi lado. Descubrí que la misión no es solo para ayudar a otros, sino también para ser refinados y moldeados como discípulos de Jesucristo.

Lo más valioso que aprendí es que Dios conoce a cada uno de Sus hijos y los ama con un amor infinito y perfecto. Conocí personas que sentían que Dios se había olvidado de ellas, que se sentían perdidas… y entonces llegábamos nosotras, dos misioneras, justo en el momento en que más lo necesitaban. Fui testigo de pequeños y grandes milagros, de respuestas a oraciones, y testifiqué muchas veces que el cielo está más cerca de lo que imaginamos.
Aprendí a depender del Espíritu, a reconocer Su voz y a actuar con fe, incluso cuando no comprendía el porqué de algunas cosas. Especialmente lo viví durante la DANA en Valencia, España, cuando mi familia enfrentaba una situación muy complicada por las inundaciones. Yo estaba en Inglaterra, sin poder hacer nada por ellos. Fue un momento duro emocionalmente; me sentía impotente, con el corazón dividido. Quería estar con mi familia, pero sabía que mi lugar estaba en la misión.

En medio de esa prueba, lo único que podía hacer era orar y confiar. Fue entonces cuando comprendí lo que significa realmente poner a tu familia en manos del Señor. Sentí una paz que solo puede venir de Él. Esa experiencia me fortaleció y me enseñó que no basta con predicar la fe, hay que vivirla.
Espiritualmente soy más madura, tengo una visión más clara de quién soy y cuál es mi propósito. Cada decisión que tomo —ya sea en mis estudios, en mi vida personal o espiritual— la hago con oración y con la certeza de que no camino sola. La misión me ha dado herramientas para toda la vida, y no podría estar más agradecida por ello.
Tengo muchas metas. Quiero prepararme profesionalmente y continuar creciendo espiritualmente.
Si estás considerando servir en una misión, ora, prepárate y confía. El Señor llama a personas comunes para hacer cosas extraordinarias, y tú puedes ser parte de eso. No tengas miedo de poner tu vida en Sus manos. Él puede hacer mucho más con tu futuro de lo que tú solo podrías imaginar. Y si no estás seguro de tu fe o de tu camino, te animo a buscarlo, a leer las Escrituras, a orar y a dejar que el Espíritu hable a tu corazón. Nunca es tarde para acercarte a Dios.