Mensaje de los líderes del Área

La gratitud es el pavimento del camino hacia el “trono de la gracia”

Élder Miguel Ribeiro, Portugal
Élder Miguel Ribeiro, Portugal Setenta del Área Europa Norte

Antes de ser llamado como Setenta de Área afronté una de las fases más difíciles de mi trayectoria en la fe. Las dificultades financieras nos dejaron incapaces de comprar comida, lo que nos llevó a la venta de todas nuestras posesiones. El ser testigo de cómo mi esposa tuvo que desprenderse de regalos que le habían entregado su abuela y su madre fue especialmente doloroso. Dado que nuestro coche estaba sin gasolina, tuve que caminar por la ciudad donde vivíamos para buscar una tienda de empeños.

Mientras caminaba, recordé una conversación con un gran amigo que estaba viviendo sus propias y muy profundas dificultades. Con intención de ayudarle, le aconsejé que cultivara la gratitud. Su respuesta tocó una fibra sensible: “¡Para poder sentir gratitud, tendría que pensar en alguien que esté pasando por pruebas más difíciles que las mías! Es bastante difícil encontrar a alguien así”. Este sentimiento parecía aplicarse muy estrechamente a mí, que me sentía atrapado emocionalmente entre el sufrimiento de mi esposa y la tristeza de mis hijos, a pesar de haber puesto mi confianza en el Salvador. Él me había dicho: “Mío eres tú”1. Él me había escogido con la promesa de hacer de mí un “pueblo especial [para Él]”2 y “para poner[me] en alto sobre todas las naciones que hizo”3. Yo había cumplido de manera fiel con la práctica del diezmo, el ayuno, la oración y la adoración en el templo; sin embargo, las prometidas “ventanas de los cielos”4 permanecían cerradas, y yo me sentía abandonado.

En los momentos de mayor aflicción, adopté la costumbre de hacerle dos preguntas a la Divinidad: “Oh, Señor, ¿Cuál es tu deseo, que quieres que yo haga? ¿Qué deseas que aprenda?”. Casi de manera inmediata, surgió el pensamiento: “Y sucedió que erigió un altar de piedras y presentó una ofrenda al Señor, y dio gracias al Señor nuestro Dios”5. Esto me llevó a contemplar la situación de Lehi, quien, sin haber falta por su parte, fue obligado a abandonar su hogar, dejando tras de sí sus posesiones, incluyendo “su casa y la tierra de su herencia, y su oro, su plata y sus objetos preciosos, y no llevó nada consigo”6. Tras haber vivido toda su vida en Jerusalén y tenido que dejar atrás los sueños de toda una vida y los frutos de su trabajo, Lehi tuvo que afrontar un desafío aparentemente insuperable. Sin embargo, la gratitud fue el principio mediante el cual él vivió y buscó la salvación. “¡Cuán grandes y maravillosas son tus obras, oh Señor Dios Todopoderoso!”7.

Para Lehi, la gratitud no dependía de las circunstancias, era una decisión que tenía un enfoque específico: Jesucristo. Y así descubrí con gratitud que “si subo a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hago mi lecho, he aquí, allí estás tú”8. Rodeado por mis propias tribulaciones, desarrollé en mi interior la costumbre de construir altares de gratitud cada día a través de la oración. Mi objetivo era el de ser agradecido sin comparación, expectativa o dependencia de las circunstancias externas; un cambio profundo de perspectiva.

Al comienzo de cada oración, de manera intencionada dirigí mis pensamientos hacia la vida y misión de mi Salvador. El proceso me transformó. Cuanto más sinceramente expresaba gratitud, más testificó el Espíritu de las verdades de la misericordia y de la gracia. A través de esta forma de actuar, obtuve un testimonio del “propósito de este último sacrificio”9 de mi Salvador y de que Sus “entrañas rebosan de compasión por [nosotros]”10.

El me conocía perfectamente en Sus entrañas de misericordia. A medida que expresé mi gratitud, mi fe se profundizó y mi alma se regocijó. Llegué a comprender que estos altares diarios de gratitud estaban pavimentando el camino hacia el “trono de la gracia”11. Fuimos bendecidos tanto en lo material como en lo espiritual en días sucesivos. Mas, por todo lo que he experimentado, no cambiaría mi lugar por el de ningún rey. Mis pruebas me ayudaron a acercarme y conocer a mi Salvador Jesucristo. ¡El vive!

  1. Isaías  43:1 

  1. Deuteronomio  7:6 

  1. Deuteronomio  26:19 

  1. Malaquías  3:10 

  1. 1 Nefi  2:7 

  1. 1 Nefi  2:4 

  1. 1 Nefi  1:14 

  1. Salmos  139:8 

  1. Alma  34:15 

  1. 3 Nefi  17:6,7 

  1. Hebreos  4:16