Voces de los Santos

El Señor me estaba llamando y no lo sabía

En medio de una crisis personal, encontré fortaleza en la fe, apoyo de amigos espirituales y descubrí a través de una serie de eventos el Evangelio verdadero de Jesucristo que me llevó a una transformación profunda y a un nuevo comienzo.

El Señor me estaba llamando y no lo sabía
Templo de Lima, Perú

En marzo de 2019, una profunda crisis sacudió mi vida. El Señor me llamaba y yo no lo entendía. Busqué respuestas en la oración y el ayuno, y confié en una amiga cercana para recibir consejo. Ella, sin rodeos, me dijo: “Vende todo, empieza de nuevo, eres fuerte y joven”. Sus palabras resonaron en mí, y aunque abatida, entendí que era lo correcto.

Esa noche, orando en mi habitación, escuché una voz interna: “¡Llama a Ernesto!”. Aunque habíamos perdido contacto, pues yo tenía muchos años de no vivir en el Perú y ahora residía en el interior del país, decidí desbloquearlo en redes sociales y pedirle ayuda para vender mi barco. Su disposición a ayudarme fortaleció mi fe. Vendí mi negocio y en junio me mudé a la capital. Después de dos décadas me reencontré con Ernesto un sábado en una cafetería.

Ernesto, quien me conoce de toda la vida, notó mi turbación y me invitó a comer el martes siguiente citándome cerca de la casa de mi madre. Al llegar al punto de encuentro vi que estaba al frente de un edificio que me encantaba porque sentía mucha paz.  Elevé mi mirada e identifiqué el mismo angelito que había visto alguna vez en otro edificio en Houston, Texas. Aunque abrumada por la emoción, me sentí indigna de entrar. Ese mismo día, Ernesto me invitó a una reunión el domingo en la capilla de La Molina.

El domingo llegué temprano a la cita y mientras esperaba un libro azul que estaba en una mesita me llamó la atención, lo tomé y empecé a leerlo.  Cuando Ernesto llegó, me preguntó de dónde lo había sacado y al querer señalar la mesa donde encontré el libro, esta había desaparecido misteriosamente. Tras los servicios, conocí a las hermanas Houghton y Badilla, quienes se convirtieron en mi apoyo espiritual.  Gracias a ellas reafirmé que si no me soltaba de la mano de Dios estaría a salvo. El siguiente domingo, asistí a un bautismo, lo que sentí como una señal. Decidí que me bautizaría y pedí a Ernesto que lo hiciera.

Durante las siguientes semanas, me preparé para este paso. Sin embargo, un día antes del bautismo, me fracturé la pierna y no pude bautizarme en mi cumpleaños, como yo quería. Cuatro días después, decidida, llamé a Ernesto y le dije que me bautizaría ese mismo día, protegiendo mi escayola con una bolsa de plástico. A pesar del intenso dolor y los primeros intentos fallidos, con la ayuda de Nuestro Padre Celestial, logré bautizarme. Fue una experiencia transformadora; sentí que renacía en paz y alegría.

Reflexioné y entendí las señales divinas: el ángel que había visto era Moroni; el lugar de paz era el Templo, su casa, y el libro azul, el Libro de Mormón. Comprendí que el Señor me había estado llamando. Testifico que el Libro de Mormón y el Evangelio son verdaderos, y que Dios nunca nos abandona, sin importar lo difíciles que sean nuestras pruebas.