Una de las mayores y más efectivas mentiras de Satanás, utilizada especialmente con los más jóvenes, es hacerles creer que, tras cometer errores, ya no serán capaces de guardar los mandamientos y honrar sus convenios con Dios. No es cierto. Negar la capacidad que todos tenemos, como hijos de Dios, de reconciliarnos con Él mediante el arrepentimiento es negar directamente el Plan de Felicidad de nuestro Padre Celestial y, en consecuencia, el inmenso valor de la Expiación de su Hijo Jesucristo. El adversario busca que nos sintamos alejados de Dios e intenta impedir nuestro deseo de esforzarnos por ser mejores cada día.
Debemos recordar siempre que el Salvador nunca dejará de esperarnos y jamás permitirá que seamos tentados más de lo que podemos soportar. Por muy duras que sean las pruebas, siempre, siempre nos proveerá una salida para que podamos resistir.
“Esta es mi obra y mi gloria: llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39). Este es el propósito de Dios, y seguirá vigente: que todos sus hijos alcancen la inmortalidad y la vida eterna junto a Él, acompañados de su familia, unidos como la gran Familia de Dios. El propósito del adversario es exactamente lo contrario.
Cuando Lehi, poco antes de fallecer, exhortó a sus hijos, dijo a Jacob: “De manera que él (el Mesías) es las primicias para Dios, pues él intercederá por todos los hijos de los hombres; y los que crean en él serán salvos” (2 Nefi 2:9).
Nunca está todo perdido. Creer en el Salvador Jesucristo es reconocer su Evangelio, su sacrificio, su muerte y su resurrección. El recuerdo del dolor que sufrió en la carne en Getsemaní por cada uno de nosotros debe ser el motor que nos impulse a establecer propósitos sinceros de arrepentimiento.
El élder Tad R. Callister, fallecido recientemente, enseñó: “La Expiación no es una doctrina que se preste a un planteamiento singular, a una fórmula universal. Debe sentirse, no solo figurarse; ha de interiorizarse, no solo analizarse. La búsqueda de esta doctrina exige a la persona en su totalidad, dado que la Expiación de Jesucristo es la doctrina más celestial, más iluminadora y ferviente que existirá en este mundo o en este universo”.
En 1835, el profeta José Smith declaró: “Los principios fundamentales de nuestra religión son el testimonio de los apóstoles y profetas concernientes a Jesucristo: que murió, fue sepultado, se levantó al tercer día y ascendió a los cielos; y todas las demás cosas que pertenecen a nuestra religión son únicamente dependencias de esto”.
Testifico que el Salvador Jesucristo es nuestro Redentor. Él dio su vida por mí y por todos nosotros, y mi más profundo deseo es poder agradecérselo algún día cuando tenga la oportunidad de abrazarlo.
En el nombre de Jesucristo. Amén.