Hace cuarenta y un años, siendo aún un matrimonio joven con un pequeño de seis años, el Evangelio llegó a nuestras vidas de forma especial y milagrosa, a través de mi esposo Jorge, quien siempre tuvo inclinaciones religiosas.
Una tarde, mientras visitábamos a mis suegros, Jorge entró al despacho de su padre para estudiar la Biblia. Mientras leía y meditaba, recibió una impresión que le decía: “Mira la estantería, hay un libro que te interesa muchísimo”. Obedeció y comenzó a revisar los libros, pero ninguno llamó su atención. Repitió el ejercicio tres veces, hasta que reparó en un pequeño libro azul claro que jamás había visto. Lo tomó, lo abrió en 3 Nefi y leyó que hablaba de Jesucristo.
Con el libro en mano, preguntó a sus padres de dónde lo habían obtenido. Ellos respondieron: “¿De qué trata ese libro?”. “De Jesucristo”, dijo Jorge. “La verdad es que no sabemos quién nos lo dio ni cómo llegó hasta aquí”. Entonces se dirigió a mí y dijo: “Magda, coge al niño, que nos vamos”.
Al llegar a casa, se sentó en el sofá a leer. Yo realicé tareas cotidianas que normalmente hacíamos juntos, pero él me pidió que lo dejara concentrarse. Me fui a la cama y, al despertar, lo encontré en la misma posición, terminando de leer. Se incorporó, se arregló y se fue al trabajo.
Por la tarde, pidió excusarse de nuestra habitual visita al parque con el niño y volvió a leer el libro, esta vez con mayor detenimiento, subrayando lo que le parecía importante. Tardó tres días en terminarlo. Al tercer día, se arrodilló y preguntó al Padre Celestial si aquel libro era verdadero. La impresión del Espíritu fue tan fuerte que se desmayó. Ese momento marcó un antes y un después para él y para nuestra familia.
Recordó entonces a unos jóvenes que solían estar en la puerta de El Corte Inglés con una pancarta y los asoció con el libro. Comenzó a buscarlos sin éxito hasta que, tres meses después, al regresar de casa de sus padres, vio a lo lejos a dos misioneros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Se acercó y les dijo: “¡Alto! Soy Jorge, tengo el Libro de Mormón, tengo un testimonio de él y quiero bautizarme”.
Los misioneros, sorprendidos, acordaron visitarnos el jueves. Ese día llegaron tres misioneros, entre ellos el élder Quirce y el élder Rodríguez. Tras la comida, empezamos con la primera charla. Mi esposo pidió continuar y ese día recibimos tres lecciones.
Aunque yo no tenía la misma inquietud, sentí que todo lo que nos enseñaron era verdadero. Nos bautizamos el 4 de noviembre de 1984. Desde entonces, hicimos cambios, recibimos llamamientos, viajamos por carreteras difíciles y aprendimos a servir. Un año después, nos sellamos en el templo de Suiza. Al jubilarnos, fuimos llamados como obreros del templo, cumpliendo una meta con la que habíamos soñado.
Me siento agradecida por la fe de mi esposo y por el esfuerzo que hizo para encontrar la Iglesia verdadera.