Soy consejera de la Primaria del Barrio de Fuengirola, y hace unos meses tuve la oportunidad de dirigir el tiempo de música durante algunas semanas con los niños, entre ellos, mis propios hijos.
No sabía nada de música, así que fue un desafío muy grande. Practicaba durante toda la semana la canción del domingo, con el fin de no confundir a los niños y aprovechar el tiempo al máximo. Mis hijos veían mi esfuerzo cada día, pero al llegar el domingo, no me apoyaban: se distraían, interrumpían a los demás y no querían cantar. Sentí tristeza, porque sentía que no valoraban mi dedicación. Al terminar el mes, me quedé con un sabor amargo, pensando en la frase: “En casa de herrero, cuchillo de palo”.
Unas semanas después, estábamos sentados mis hijos y yo. Mientras ellos dibujaban y yo planificaba las clases dominicales, decidí poner las canciones de la Primaria. Cuando comenzó a sonar una de las que tanto había preparado, “El arroyito da”, mis hijos empezaron a cantarla distraídamente mientras dibujaban. Se la sabían a la perfección.
No les dije nada. No quise interrumpir ese momento tan especial, pero mi corazón se llenó de gozo. Vi que mis esfuerzos habían dado fruto. Aunque parecía que no, ellos habían visto, escuchado y prestado atención al tiempo de música.
Sé que nuestro Padre Celestial se ocupa de nuestros asuntos cuando le servimos. Sé que Él cuidó de mis pequeños mientras yo enseñaba en la Primaria.