En 2019, mi esposa Rocío y yo ya teníamos dos maravillosos hijos, Marc y Nil, y estábamos seguros de que nuestra labor terminaba ahí. No obstante, sentimos y confirmamos conjuntamente en oración que aún debía venir otro miembro a la familia. En junio de ese mismo año, recibimos la gran noticia de que, en febrero del año siguiente, ese nuevo integrante llegaría.

Pero todo se complicó el 10 de diciembre de 2019. Rocío empezó a sentir un dolor abdominal intenso. Fuimos al centro de salud y, de allí, nos derivaron al hospital más cercano. Tras varias pruebas, el doctor nos dijo unas palabras que nunca olvidaré: “Vuestro hijo ha de nacer ya, pero debemos trasladaros al Hospital Vall d’Hebron de Barcelona. Si hay alguna posibilidad de que viva, es yendo allí.”
Una ambulancia llevó a mi esposa a ese hospital. Tras otra ronda de pruebas, nos presentaron a una psicóloga que nos preparó para un posible e indeseado desenlace. Luego, la llevaron al quirófano. Aproximadamente una hora después, vi a nuestro hijo Tanner por primera vez: con máscara de oxígeno, cables por todos lados y dentro de una incubadora. Su pediatra nos dijo que, a partir de ese momento, cada hora era una batalla ganada, pero que no podía asegurarnos qué iba a suceder. En ese instante, en una oración sincera, le pregunté al Padre Celestial por qué teníamos que atravesar esa situación, siendo que estábamos cumpliendo con lo que Él nos había pedido.

Tanner estuvo hospitalizado durante treinta y ocho días. Fueron semanas de absoluta humildad, en las que volcamos nuestros corazones en oración, pidiendo que, por favor, si era Su voluntad, nuestro hijo pudiera vivir. A pesar de ello, creo que la lección más grande que recibimos durante esos días fue aceptar que existía una gran posibilidad de que nuestros justos deseos no se cumplieran, como ocurre a tantas personas buenas y fieles. Sentimos, de manera inexplicable, las palabras del élder Jeffrey R. Holland cuando dijo: “...la fe significa confiar en Dios en los buenos y en los malos tiempos, incluso si eso incluye algo de sufrimiento...” (“Esperando al Señor”, Conferencia General, octubre de 2020).
Nuestra fe creció, no cuando finalmente nuestro gran deseo de tener a nuestro hijo con nosotros se cumplió, sino cuando no sabíamos qué iba a suceder, pero nos pusimos completamente en las manos del Señor y Su voluntad.
Hoy en día, Tanner es un niño sano y enérgico, que nos llena de felicidad y trabajo a partes iguales, pero también nos recuerda que la fe más profunda no surge al ver milagros realizados, sino al confiar plenamente en la voluntad de Dios, incluso en medio de la incertidumbre.