Durante la fiesta de los Tabernáculos (Sukkot), Jesucristo se dirigió por última vez a Jerusalén. Su ministerio en Galilea había concluido, y como relata Lucas, “afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (Lucas 9:51). En el Templo enseñaba con autoridad, mientras los escribas y fariseos intentaban desacreditarlo. En medio del debate, Jesús pronunció una declaración que estremeció a sus oyentes: “Antes que Abraham fuese, yo soy” (Juan 8:58).
Esta afirmación provocó que quisieran apedrearlo, pues Jesús no solo hablaba de preexistencia, sino que se identificaba con el nombre divino revelado a Moisés: Ehyeh asher ehyeh — “YO SOY EL QUE SOY” (Éxodo 3:14). Cada vez que decía “YO SOY”, se vinculaba con el Dios del Antiguo Testamento.
El Evangelio de Juan recoge siete declaraciones simbólicas en las que Jesús revela su identidad divina:
- 'Yo soy el pan de vida” (Juan 6:35): alimento espiritual que da vida eterna.
- “Yo soy la luz del mundo” (Juan 8:12): guía en la oscuridad espiritual.
- “Yo soy la puerta” (Juan 10:9): acceso al Reino de Dios.
- “Yo soy el buen pastor” (Juan 10:11): cuida y da su vida por sus ovejas.
- “Yo soy la resurrección y la vida” (Juan 11:25): poder sobre la muerte.
- “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6): única vía hacia el Padre.
- “Yo soy la vid verdadera” (Juan 15:1): fuente de crecimiento espiritual.
Estas afirmaciones no son meras metáforas, sino proclamaciones de su divinidad, su misión redentora y su amor eterno.
La expresión ani hu también aparece en Isaías 43:10, reafirmando la identidad eterna de Dios. Jesús no dice “yo era” ni “yo seré”, sino “yo soy”: presente absoluto, existencia divina.
Isaías 53 describe al Siervo Sufriente, figura profética que anticipa a Cristo: “Por su llaga fuimos nosotros curados”. Jesús, el “YO SOY”, es también el Siervo que se entrega por nosotros, revelando el amor puro de Dios.